Gracias, señor ministro, por haberme ayudado a entender lo humilde de mi naturaleza, lo bajo de mi condición de simple votante sin importancia cuyas ideas no deben ser escuchadas ni tenidas en cuenta. Gracias por ser uno de ellos, por sentirse igualmente tocado por la divina gracia, por iluminarme con sus decisiones. Pagaré encantado todos los cánones que usted me imponga, por absurdos y arbitrarios que sean y por insultante que resulte discutir, desde un punto de vista económico, la idoneidad de subvencionar lo que se pretende proteger. Y por supuesto, no lo dude ni por un momento: votaré el próximo marzo al partido que le puso a usted ahí para que pudiese tomar esas decisiones. Gracias por ayudarme a entender el significado de "ser un artista": ser de una clase especial a la que el Estado otorga el privilegio de vivir de mi bolsillo. Gracias, señor ministro. Que nadie nos diga que no lo sabíamos: es usted un artista.
Se puede decir más alto, pero dudo que más claro.
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