El hecho de que se nos anime a no derrochar energía demuestra que su precio es demasiado bajo. Al fin y al cabo, el gobierno no nos pide que ahorremos café, molibdeno, detergente o cualquiera de los productos que usamos a diario. ¿Por qué no? Porque su precio contempla con bastante exactitud el coste completo que su consumo imputa a la sociedad.
En otras palabras, cuando el precio es adecuado no es necesario fomentar su conservación.
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